El relato de una residente de éste mes lo ha redactado Ana Amalia Falcones, quien lleva con nosotros cerca de 15 años.
Ana recibió una buenísima educación por parte de su familia y de uno de los colegios especializados en discapacidad intelectual, María Corredentora. Gracias a esa educación, Ana sabe leer, escribir, realizar cuentas, y expresar mediante la escritura sus relatos.
A Ana le gusta realizar cartas, ya sea a su familia como al personal de atención directa, ya que es una apasionada de la escritura y la lectura, además de ser muy cariñosa con su entorno.
Aquí les dejamos un relato escrito y pensado por ella sobre su vida. Una vida apasionante, llena de experiencias y momentos inolvidables para ella que, sin duda, le han dejado huella hasta el día de hoy.
“Mi vida. Yo vivía con mis padres y hermanos. Mi padre era jefe de maquinistas de tren y mi madre se quedaba en casa cuidándonos.
Cada dos por tres nos teníamos que mudar, vivimos en muchos sitios por el trabajo de mi padre. De Santander a Valladolid, de Valladolid a Cáceres, de Cáceres a Medina del Campo. Y, por último, a Madrid.
Mi padre dejó de trabajar porque tuvo un accidente, se cayó del tren. Estuvo mucho tiempo en el hospital de Santander hasta que se puso bien y nos fuimos definitivamente a Madrid.
Yo nací en Valladolid, al nacer yo enfermé durante 15 días, hasta que el médico le dijo a mi madre que me pusiera sobre su pecho. Me agarré a él con tanta fuerza que mi madre se emocionó y se soltó algunas lágrimas. Mi nombre es Ana Amalia, como se llamaba ella.
En Madrid, vivíamos en una calle que se llamaba General Ramírez, y por allí, mi madre comenzó a buscar colegios adaptados para mí. Encontró un colegio de monjas que se llamaba “María Corredentora”. Allí hice amistades e hice la primera comunión.
Con el tiempo, dejé ese colegio, porque mi madre empezó a enfermar y tuve que cuidar de ella, ya que nadie más podía hacerlo. Así transcurrió mi juventud, cuidando de ella hasta que la pobre no pudo más y falleció.
Cuando ella nos dejó, llevamos sus cenizas a Santander y me quedé con mis hermanos hasta que encontraron una residencia para mí.
Y aquí sigo, en aquella residencia que entré con 47 años, y en la que estoy muy contenta. Aquí hacemos teatro, casi todos los años junto con la auxiliar Loli Suárez. Con ella preparábamos las funciones de Navidad y de fin de curso, y nos ayudaba a aprendernos los villancicos o canciones que después cantábamos a las familias cuando venían a vernos.
Después de ella, entró otra trabajadora llamada María, quien siguió sus mismos pasos, ayudándonos a preparar las funciones para las familias.
Espero que la vida me depare nuevos momentos buenos por compartir, y también, que pueda relataros a los que ahora me estáis leyendo.”
-Ana Amalia Falcones-